20161103

Los ultrasonidos de la Isla Pancha. Covadonga Suárez, en nombre del colectivo «Por nuestro faro»


La Pancha no hace ruido, las obras van con silenciador, bajo la mirada atónita de ribadenses que no se creyeron hasta el final que la transformación fuera posible. Pues sí, todo es posible : se levantan leyes, se crea el programa «Faros de España» y se adjudica la explotación de la isla sin tan siquiera un concurso público, y ahí empieza la sinfonía ejecutada con sordina. Aunque ¿dónde habíamos oído ya esta canción casi imperceptible?
Sonaba ya a bombo y platillo detrás de aquel proyecto maravillosamente europeo (tan europeo como la Red Natura 2000, pero no tan «popular») destinado a transformar faros en hoteles. Sí, el de Isla Pancha estaba destinado a ser un referente, el primero, un ejemplo, pero mientras muchos otros faros fracasaron en el intento, simplemente porque no es posible congeniar medioambiente y patrimonio con su modificación/destrucción, sólo el de la Isla Pancha seguía adelante: el pionero no podía fallar. Es casi -y sin el casi- una cuestión de orgullo cañí.
El interés por abrir la isla a cualquier precio sin que entre nadie, de explotarla a cualquier precio sin que se sepa a quién puede beneficiar, de hotelizar un faro para dos habitaciones, no es más que un misterio sin resolver.
Nunca nadie se preocupó por la isla hasta ahora. Cierto. Ciertísimo. Pobre Isla Pancha. Pero es que, tan simbólica, tan protegida, tan peligrosa, tan cerrada a cal y canto... ¿quién iba a sospechar que se podría abrir? Tan sólo lo adivinaron al unísono el Ministerio de Fomento, la llave mágica de Puertos, y la buena información individualizada en selectiva primicia. Si lo hubiésemos sabido antes hasta hubiésemos podido proponer algo que nos incluyera a todos. Qué pena. Pero los caminos de la información son inescrutables.
Dedicamos nuestro interrogante más alargado a la inversión que se espera: la revista «La Alacena Roja» anunciaba a principios de año que una empresa especializada en interiorismo a medida llevaría a cabo en el faro de Ribadeo el «revestimiento de paredes, textiles, griferías, maderas naturales, la iluminación integrada» , e incluso la instalación de «chimenea bifacial mimetizada en la pared; todos productos de las marcas más prestigiosas del mercado». Pero ya no sólo hablamos del interior del faro, hace falta mucha convicción para llevar adelante un proyecto de lujo, pagar religiosamente una concesión (18 500 euros/año) desde hace año y medio sin sacarle ningún provecho -a pesar de las instituciones jaleando y propiciando la iniciativa-, hace falta valor, amor al arte y al oficio, para lanzarse sin red en tal negocio, y poner en marcha las obras sabiendo que ya sólo quedan 8 años para sacarle rendimiento, amortizar el enorme gasto y que te queden en el bolsillo un par de euros para ir a celebrar que fuiste el Armstrong de la Isla Pancha con banderas incluidas.
Pero, animado y promovido desde Puertos y el Ministerio de Fomento, adulado desde el Concello, promocionado por programas de televisión, periódicos, revistas, quién no se pondría a surfear la ola sin pensárselo dos veces, con tan solo lo puesto.
Y todo ello contra viento y marea, pero no de una oposición al proyecto que tuviera todas las informaciones en la mano para hacer temblar tal castillo de naipes institucional, ni de una opinión pública anonadada por una idea que creía impensable, sino contra el viento y marea de los días de invierno en los que el mar entra por las ventanas del lujo exquisito, limpia gratuitamente los coches del aparcamiento y ventila las habitaciones de manera sostenible con la marca registrada del más puro estilo de la marejada ribadense.
Boquiabiertos aplaudimos el milagro. Y, por ello, más que nunca, seguiremos preguntando.

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